PRÓLOGO
Aquí y allá, en prólogos, prefacios, entrevistas o raptos confesionales, Truman Capote (estadounidense, 1924-1984) dejó bien en claro quién había sido desde pequeño, o al menos quién iba a ser para nosotros. Cada vez que viene al caso, es decir todo el tiempo, recuerda que su memoria comienza con una evidencia: él quería ser escritor. Mientras los demás se perdían en el duro oficio de la infancia, Capote afinaba los lápices y se proyectaba en una página. Tenaz desde muchacho, este entrenamiento calificado lo puso en la pista bien temprano. Antes de cumplir veinte años publicaba sus cuentos en las mejores páginas norteamericanas, y ya a los veinticuatro aparecía su primera novela, Otras voces, otros ámbitos, bien recibida por el público y la crítica, un juicio calificado que el tiempo habría de perpetuar. A partir de entonces, con la certeza de estar en el lugar y en el destino correctos, comenzaría una producción que, como él también nos dice, tendría altos y bajos. Sin embargo seria tan equilibrada en sus alternancias que los picos que periódicamente alcanzó su obra sepultan en la memoria cualquier desfallecimiento o mal paso, y uno termina que ambos, altos y bajos, son fundamentales en el proceso de depuración y expansión a nuevos terrenos que constituye la escritura de Capote. Baste hacer una enumeración elocuente en cuanto a páginas ejemplares: Desayuno en Tiffany's, Un árbol de la noche, A sangre fría, Música para camaleones, cuatro libros que son cuatro tonos distintos, pacientemente diferenciados y llevados a su culminación, cuatro mundos para cuatro escritores que confluyen solo en él. Esto, por un lado, habla de un dotado. Aunque en cierta forma eso es lo de menos. Lo que cuenta quizás es el peso de haber descubierto muy tempranamente su verdad, la de ser escritor, y que ésta se manifestara en la forma de la inquietud permanente, de una pregunta que apremia: ¿qué es ser un escritor? ¿De cuántas formas puede alcanzar la maestría en su oficio? ¿Cómo se define su estilo? Queda claro que no es una pregunta sino varias, y Truman Capote va a ir respondiendo a sus propios interrogantes con una escritura y un mundo narrativo que no paran de corregirse a si mismos, buscando su lugar escalando cimas diversas y bajando de ellas abruptamente y volviendo a visitarlas con espíritu renovado y con una mirada impiadosa que extrae un aprendizaje y lo extiende a su próximo logro. Así desde Otras voces, otros ámbitos a Música para camaleones pasará del lirismo al despojamiento, de narradores que conceden y disfrutan la sensualidad a otros que hacen de la crudeza y la observación clínica una cuestión de principios literarios; de los paisajes sureños, con sus mitos decadentes y siempre un tanto hidalgos, al corazón de la locura norteamericana que se expurga en A sangre fría. Y sin duda A sangre fría es su monumento, una novela que divide sus aguas tanto en lo artístico como en lo personal, y que estrella su literatura contra la realidad. De ese encuentro, de ese matrimonio tormentoso entre la ficción y la no ficción, él tiene la licencia. Es absurdo discutir, como se hizo durante muchos años, la legitimidad ficcional de una novela basada puntillosamente en hechos reales y que relata paso a paso un crimen, sus antecedentes y consecuencias. No cabe duda que en el tema mismo Capote encontró un morbo seductor y un buen vehículo para retratar las debilidades monstruosas del patético sueño americano. Pero más cierto aún es que en ese pozo sin forma racional que uno sospecha es la mente de un asesino, había un abismo donde volcar al mismo tiempo los riesgos de la mirada psicológica (con sus excesos y tonterías) y poner en juego un estilo que debía narrar lo que parecía innarrable. Es decir, contar esa historia, escribir ese libro exigía un gusto especial por los emprendimientos temerarios y la sospecha de que para escribir la gran novela americana había que exponer la resistencia personal y olvidar todos los trucos aprendidos en años de escritura. Y él era la persona indicada para hacerlo.
Ese libro es su monumento por lo que es y por aquello que escribirlo le hizo aprender como escritor. Paradójicamente la salida airosa de esa pesadilla (airosa en lo literario, porque los efectos que tendría en su vida la convivencia de varios años con ese material y las largas visitas en la cárcel a los asesinos han sido más que complejos) lo dejó en un lugar privilegiado para fracasar en el futuro. Podría haber seguido usando una fórmula que se había inventado y con ella producir un par de novelas cómodas y exitosas. No fue el caso, y lo que siguió a esto fue la búsqueda obsesiva de nuevas formas de maestría. Metódico y leal a sus propias conquistas, tras eso seguirá trabajando en esa zona donde se encuentran, para mezclarse sin confundirse, la ficción, la no ficción y los terrenos menos explorados de la escritura periodística. Dentro de esta línea, puede ubicarse "Féretros tallados a mano", una pieza magistral, también basada en un hecho real, que muestra una manera diametralmente opuesta de enfrentarse a una atroz historia criminal. Es cierto que la lectura de esta obra no nos muestra a todo Capote, que no es un compendio de los diversos registros que abordó y consumó, y que al publicar solo esta nouvelle por una limitación de espacio nos perdemos de disfrutarlo ejerciendo su genio en otros ámbitos literarios. Pero este texto tiene un punto a su favor que lo defiende y libera de todos las ausencias a que su presencia obliga: es una pequeña obra maestra de principio a fin.
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/capote/feretros_tallados.htm |
martes, 20 de noviembre de 2018
FERETROS TALLADOS A MANO DE TRUMAN CAPOTE
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Buenos días estudiantes de grado décimo,los invito a que den sus apreciaciones sobre el texto abordado en clase "Féretros tallados a mano" del autor Truman Capote.
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